“La Gracia Divina y la Felicidad”

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Por la Teóloga Marisabel Fernández

La Gracia

Teóloga Marisabel Fernández

Planteamiento de la cuestión:
El hombre es un ser creado por Dios para ser feliz. Si partimos de la convicción de que Dios es amor y ha creado al hombre justamente porque es amor y además le ha dado ese deseo permanente e irrefrenable hacia la felicidad, tenemos que llegar a la inevitable conclusión de que el hombre puede efectivamente alcanzar la felicidad y, aunque no sea en forma total y plena, alcanzarla en esta vida histórica. Digo que es inevitable la conclusión porque no tiene sentido alguno que se cree por amor a unos seres para condenarlos a la infelicidad obligada durante alguna etapa de sus vidas. Que ellos puedan, usando mal de la libertad que poseen, seguir derroteros que conduzcan a infelicidad es un tema diferente. Pero tiene que ser cierto que en el desarrollo apropiado y conveniente de sus potencialidades esté presente la posibilidad de felicidad.
El problema fundamental es cómo descubrir cual es el camino que corresponde (y eso es un trabajo permanente que, como todo trabajo, se va haciendo más fácil con la práctica) y con qué ayuda se cuenta para mantenerse fiel en el recorrido.


Introducción:

En la Suma Teológica I-II, luego del tratado del pecado Santo Tomás estudia primero la ley, antigua y nueva, que muestra al hombre el camino a seguir, y luego la gracia a través de la cual Dios ayuda al hombre en el recorrido que debe realizar.
El tema de la gracia lo estudia primero desde su necesidad para el hombre, luego examina su esencia, los diferentes tipos de gracia, su causa y por último sus efectos.
El hombre tiene una inclinación natural, dispositio, que lo lleva a la búsqueda de Dios y es lo que le permite alcanzar su fin último y realizarse como sujeto humano; éste es el sustrato, de parte de la persona, para que se dé la relación entre el hombre y el sujeto divino. Pero es sólo el sustrato pues la iniciativa parte únicamente de Dios. De la misma manera que Dios sigue manteniendo la creación, no puede dejar de darse al hombre una vez que lo creó, hasta que todo se realice en Dios y se le someta, como estaba previsto, a “fin de que Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28).
La gracia consiste en Dios que se entrega plena y totalmente, aunque el hombre no lo pueda entender tal como se da, porque el hombre sólo conoce como él es capaz de conocer y de darse, dentro de todas sus limitaciones. El recibir activamente y aceptar esa dávida gratuita por parte del hombre (que Tomás llama amistad) depende de cada persona.

Lo que permite al ser humano alcanzar su fin último y realizarse como sujeto está dado en la inclinación que es propia de la naturaleza. Es persona llamada a ser feliz como Dios es plenamente feliz (porque está hecha a su imagen y semejanza). Esto lo alcanza sólo cuando encuentra a Dios, que es su verdadero y único fin.
Por su propio querer y voluntad no lo puede alcanzar. ¿Por qué? No es que sea imperfecto porque no tiene lo que se requiere, sino porque no tiene la posibilidad de realizarse sólo sino en la relación mutua y para eso Dios tiene que poner de su parte.
Dios sí puede sólo porque es en sí relación y no necesita al otro. No así el sujeto humano quien requiere de Dios para poder constituirse en relación y para ello necesita la gracia.
Porque la persona humana no es en sí relación necesita el auxilio (auxilium) por parte de Dios, y lo obtiene porque Dios así lo quiere hacer y no por ninguna otra razón.
Pero al mismo tiempo, Dios no puede no ayudarlo: es una especie de obligación que se creó Dios al crear al hombre, porque una vez que lo hizo no puede no darse y la relación es permanente.

Necesidad de la gracia.

Damos por supuesto la existencia de la gracia, el auxilio por parte de Dios para que el hombre se pueda realizar plenamente y alcanzar su salvación definitiva. Dios es total entrega y “nos ayuda con su gracia a obrar rectamente”. No puede no hacerlo.
Diferente es el tema de la necesidad de la gracia. ¿Será realmente indispensable para el hombre? ¿No podrá éste alcanzar su plenitud por su propio esfuerzo? Veamos si podemos llegar a alguna conclusión.
Hay 10 interrogantes que van mostrando la verdadera necesidad de la gracia para que el hombre pueda alcanzar su realización.
En relación con todas ellas habría que hacer la distinción entre lo que podríamos llamar el auxilio de Dios como primer motor para conservar la creación y lo que sería propiamente gracia. Ese auxilio primero lo podemos considerar como “debido” desde el mismo momento en que Dios creó la tierra y sus pobladores. Debido porque ese auxilio está presente y no puede dejar de estarlo para que la creación sea realidad y tenga sentido, en cada instante y acto de todo lo creado, incluido el hombre.
Antes que nada tendríamos que preguntarnos si para conocer la verdad el hombre requiere de la gracia o le es posible llegar a ella por sí sólo. Evidentemente para caminar en la correcta dirección para alcanzar la realización que le corresponde, el hombre necesita conocer la verdad, pero la experiencia nos muestra que no es fácil determinarla.
San Ambrosio, en una glosa de 1Cor 12,3, observa: Toda verdad, quienquiera que la diga, procede del Espíritu Santo y éste sólo habita en nosotros por la gracia. Pablo en 2 Cor 3,5 nos dice que no somos capaces de pensar por nosotros mismos. San Agustín afirma que Dios es el sol que ilumina al entendimiento humano y sin embargo en I Retractationes también afirma que los impuros conocen muchas verdades y lo que hace puro es la gracia. Habría que señalar que no se trata de conocer pocas o muchas verdades, sino la verdad, es decir, aquella verdad que nos guía hacia nuestra plena realización y verdadero fin. La capacidad para conocerla la tenemos en nuestro entendimiento, pero la pregunta que nos tenemos que hacer es si el solo entendimiento es suficiente.
Santo Tomás señala que conocer la verdad es el ejercicio de una facultad, la intelección, y cualquier ejercicio de una facultad, citando a Aristóteles en De Anima, implica un movimiento y “para obtener un movimiento, no basta la forma que es principio del movimiento o acción, sino que se requiere además el impulso del primer motor… así, todos los movimientos, tanto corporales como espirituales, se reducen al primer motor universal, que es Dios.”
La capacidad, pues, la tiene el hombre. Tiene el entendimiento que le permite investigar y buscar, pero eso no es suficiente. Requiere de un impulso, una fuerza que no está en él, sino que le es dada, para avanzar. De Dios recibe pues el hombre no sólo la forma por la que actúa sino también el impulso que lo hace obrar.
Pero, por supuesto, hay dos tipos diferente en esa moción producida por Dios. Uno es el que tiene lugar cuando se trata de la necesidad natural, que hace que las cosas corporales actúen según su naturaleza. Y otro es el que se refiere a los actos del entendimiento y la voluntad en cuanto tienen libertad para actuar. Es aquí donde se requiere la gracia, que es un aporte que va mucho más allá de la moción que permite que las cosas actúen según su naturaleza. La gracia es una ayuda para realizar lo que excede la naturaleza, lo que exige fuerzas superiores a las naturales
Dios es el sol que ilumina al entendimiento humano nos dice San Agustín y San Ambrosio en una glosa de 1Cor 12,3: Toda verdad, quienquiera que la diga, procede del Espíritu Santo y éste sólo habita en nosotros por la gracia. Pablo en 2 Cor 3,5 nos dice que no somos capaces de pensar por nosotros mismos. Pero San Agustín en las Retractaciones también afirma que los impuros conocen muchas verdades y lo que hace puro es la gracia.

Tomás afirma que se está hablando de dos tipos distintos de actividad que realiza el entendimiento. Como cualquier forma comunicada por Dios, el entendimiento tiene eficacia sobre los actos que corresponden a su propia naturaleza, y puede conocer aquello que alcanza a través de lo sensible, pero hay otros conocimientos que sobrepasan el conocimiento natural que requieren de una forma sobreañadida, que es justamente la gracia.

La segunda cuestión que tendríamos que considerar es si el hombre puede querer y hacer el bien por sí sólo, sin la gracia. De nuevo aquí hay que distinguir la necesidad del auxilio de Dios como primer motor (que es siempre necesario y no volveremos a mencionar pues partimos de la base de que ése es indispensable simplemente para existir y por supuesto para todo lo demás que se pueda realizar con la existencia) y la necesidad más específica de la gracia.
Aquí el problema se complica por el tema de la naturaleza corrompida por el pecado. Cuando la naturaleza estaba íntegra podía por sí sola (siempre con el auxilio del primer motor) querer y hacer el bien proporcionado a su naturaleza, es decir, podía por sí sola practicar las virtudes naturales para querer y hacer el bien y sólo requería el auxilio de la gracia para realizar el bien que sobrepasa la naturaleza. Sin embargo, en el estado de la naturaleza corrompida, aunque no está totalmente dañada, requiere un auxilio adicional que repare esa naturaleza dañada, además del que requiere para hacer el bien sobrenatural. La corrupción no ha despojado a la naturaleza humana de todo bien natural y por eso puede el hombre por sus propias fuerzas naturales hacer algún bien, pero no todo el bien que le corresponde por su propia naturaleza. Requiere del auxilio de la gracia aún para realizar los bienes que le son connaturales.
En relación con este asunto, Santo Tomás afirma que el pecado ha afectado más a la voluntad que al entendimiento, de tal manera que es más difícil querer y hacer el bien que conocer cuál es el que debo querer. Lo cual, por supuesto, hace más cuesta arriba la vida del hombre que quiere seguir la senda marcada por Dios: le cuesta más hacer el bien, pero tiene más conciencia de estar actuando indebidamente cuando así procede.

Otra pregunta que surge es si el hombre puede amar a Dios sobre todas las cosas con sus meras fuerzas naturales sin la gracia.
El amor a Dios por encima de todas las cosas es connatural al hombre por su misma creación. Corresponde a la disposición natural de su ser, para eso fue creado y es lo natural en él, por tanto el hombre con sus solas fuerzas naturales puede amar a Dios más que a sí mismo y, como el bien de la parte se ordena al bien del todo, puede ordenar el amor de sí mismo al amor de Dios como a su fin.
Esto era así en el origen, en estado de integridad, pero con la pérdida de éste, la voluntad de hombre se inclina hacia sí mismo y su bien privado, a menos que intervenga la gracia. Si relacionamos esto con la afirmación mencionada más arriba de que la voluntad ha quedado más lesionada que el entendimiento podemos comprender que aunque el hombre pueda conocer cuál es el bien que corresponde al todo, el apetito de lo que desea para sí es lo que lo mueve, si no cuenta con el auxilio de la gracia.
Podemos establecer una distinción en relación con el resto de la creación que merece especial meditación: toda la naturaleza, en cuanto creada, tiende a Dios y lo ama como principio y fin pero en el hombre esto se presenta en forma diferente: el hombre igualmente tiende a Dios, pero lo hace no sólo así, como parte de la naturaleza, sino que además experimenta un amor más intenso y subyugante – más personal podríamos decir- por cuanto en Dios alcanza la total felicidad y con Él “mantiene cierta sociedad espiritual” .

¿Podrá el hombre cumplir los preceptos de la ley sin la gracia?


Pablo en Rom 2,14 señala que los paganos, que no tienen ley (a diferencia de los cristianos y judíos) cuando la cumplen naturalmente están ellos escribiendo su propia ley, es decir, guiado por la razón natural, el hombre por sí sólo puede descubrir y cumplir los preceptos de la ley. Y eso ciertamente era así cuando el hombre estaba en estado de integridad. Podía conocer y cumplir por sí sólo los preceptos naturales sin el auxilio de la gracia. De otro modo el pecado (no cumplir los mandatos) lo habría tenido que cometer por necesidad y entonces ¿dónde estaría su culpa? Sin embargo, una vez que ha caído y la naturaleza se ha corrompido requiere de la gracia para ser curado y así cumplir los mandamientos.
Pero ese auxilio de la gracia que repara la lesión no es suficiente. Porque son dos cosas distintas el cumplir lo que ordena la ley meramente, es decir, cumplir con la sustancia y otra mucho más valiosa es hacerlo por amor y esto sólo puede hacerlo con la gracia.
Dios, como dice San Jerónimo, no puede imponer al hombre algo imposible de cumplir, pero la posibilidad no tiene que depender de las solas fuerzas y capacidades del hombre (cuando el auxilio en la forma de la gracia nunca le va a faltar) y, de alguna manera, porque el auxilio divino viene dado por el amor, podemos decir que lo hemos podido realizar nosotros mismos. Está implícito, aunque no lo dice expresamente, que la gracia siempre está presente y por tanto cumplir con Dios nunca es imposible.

Otro punto a considerar es si el hombre puede merecer la vida eterna sin la gracia.
Santo Tomás en relación a esto presenta más decididamente la diferencia entre fines connaturales y fines sobrenaturales y el hecho de que, aunque las obras del hombre dependen de su voluntad, no las podría realizar sin la gracia divina. Lo que ocurre es que la gracia está dada y eso basta para poder realizar las buenas obras, luego, en último término, depende de que el hombre lo decida o no, de que haga buen uso de la gracia o no.
La gracia por supuesto es siempre necesaria, como fuerza superior a las naturales del hombre, para alcanzar un fin más elevado, como es la vida eterna.

Otro punto interesante en el tema de la gracia es si el hombre podrá prepararse por sí mismo para recibir y aprovechar la gracia sin el auxilio exterior de la gracia, es decir, sin la ayuda previa de la gracia.
Aquí podríamos caer en un proceso indefinido, pues para aprovechar la gracia necesito gracia que a su vez no puedo aprovechar sin gracia… Santo Tomás para obviar esto distingue entre el don habitual de la gracia y un auxilio gratuito de Dios que mueve interiormente al alma a disponerse a recibir el don habitual de la gracia.
Parecería más razonable simplemente decir que antes de cualquier movimiento del hombre (que de todas formas requiere del auxilio divino como primer motor) hay el don de la gracia (que es gratuito y por tanto Dios puede darlo cómo, cuándo y del modo que mejor le plazca) para que el hombre se pueda disponer positivamente a la relación con Dios.
Y por supuesto, sabiendo que el hombre peca, la pregunta que sigue inevitablemente es si el hombre puede levantarse del pecado sin el auxilio de la gracia. Podría aquí también considerarse que estamos en un círculo vicioso imposible de romper: si necesito la gracia para salir del pecado, pero por estar en pecado estoy sin gracia, no tengo manera de salir del pecado. Esto se presenta porque vemos la relación con Dios como un dando para recibir y al revés.
Cuesta comprender que Dios es total entrega, entrega sin esperar que el otro corresponda o merezca. Dios creó al hombre en una entrega de sí que continúa permanentemente, sin importar cómo, cuándo ni de qué modo el hombre responde. No se puede pensar al hombre de ninguna manera ni en circunstancia alguna sin ese soporte divino.
Santo Tomás en relación a esto afirmaque el hombre que peca es privado de la belleza de la gracia, cae en desorden y se hace merecedor de la pena eterna (como ya ha mostrado en las q. 85, 86 y 87) y que esos tres males solo pueden ser reparados por la acción de Dios a través del auxilio de la gracia como don habitual y como moción interior divina. En la respuesta a las objeciones nos habla de que esto se da como en dos etapas, primero es la acción de la moción interior divina (que, sin embargo, no trata como la moción proveniente del primer motor) a la cual debe responder el hombre, haciendo el esfuerzo de salir del pecado, para recibir entonces la gracia santificante.
Igualmente dice que el estado de la gracia es un estado que sobrepasa a la condición natural del hombre, y aun cuando su naturaleza estuviera intacta requeriría de una ayuda sobrenatural para regresar a él. Y señala que necesita que “se le infunda de nuevo la gracia”. No ve Tomás la gracia, en cualquier circunstancia, como algo a lo que siempre tiene acceso el hombre porque está dada de antemano, y por eso distingue entre la moción interior divina y la gracia santificante. La primera está siempre allí, pero de la segunda hay que hacerse acreedor, a través de la respuesta a la primera.

Otro tema a considerar es si el hombre podrá evitar el pecado sin la gracia. De nuevo es lógico pensar que cuando la naturaleza estaba intacta lo podía evitar el hombre sin la gracia porque pecar era apartarse de lo que es conforme a la naturaleza, pero, por supuesto en cualquier caso necesitaba el auxilio de Dios que le conservara en su ser y por tanto en el bien.
Todas estas divisiones del auxilio y la gracia de Dios resultan artificiales. Son producto meramente de la necesidad de distinguir entre la naturaleza intacta y la naturaleza corrompida. En definitiva la conclusión será que sí requiere la persona humana de la gracia para evitar el pecado, lo cual parece evidente si requiere de la gracia para la existencia misma.
El punto fundamental es que el hombre requiere de la gracia habitual para que restaure su naturaleza, aunque esa restauración no es completa y particularmente la voluntad queda afectada.
Pero sí es absolutamente cierto que la virtud y los hábitos buenos se cultivan y su práctica va haciendo más fácil la buena escogencia y los juicios de la razón más certeros para aconsejar a la voluntad, si el hombre tiene el corazón fijo en Dios.
Santo Tomás hace una distinción entre la gracia habitual que se requiere para curar a la naturaleza no íntegra, que no hace falta cuando la persona está ya curada y el auxilio divino que es indispensable para mover a la acción en cualquier caso, pero particularmente en el caso de la naturaleza restaurada que, como ya se ha visto, ha quedado lesionada en el entendimiento y más aún en la voluntad. Y señala que aún en la gloria cuando la gracia haya alcanzado la perfección total se seguirá necesitando el auxilio divino.
En relación con la gracia un tema muy importante es la capacidad del hombre de perseverar en el bien. Para esto, como para todo, es indispensable la gracia y tratar de estar siempre alertas, como observaba Aristóteles en III Ethic., practicando constantemente las virtudes, porque la práctica de las virtudes es un hábito y como tal se va haciendo cada vez más fuerte con la práctica.

Conclusión

El hombre, llamado a la felicidad en la unión definitiva con Dios, de donde parte y a donde debe regresar, luego de un camino que debe realizar él mismo, tiene necesidad en cualquier circunstancia del apoyo y el impulso de Dios.
Por Dios empieza a existir y por Dios puede seguir existiendo.
Y ese auxilio siempre es indispensable.
Sin embargo, el hombre, utilizando su libertad, se separó del camino que Dios había previsto para él y perdió con ello, se hizo más imperfecto. En cualquier caso el hombre tenía por delante un camino a recorrer y evidentemente debía contar con los medios necesarios para recorrerlo, pero igualmente contaba con su libertad que le permitía y le permitió alejarse.
Jesús vino a ponerle de manifiesto el camino para la realización de su humanidad y, con ello, ayudas adicionales que le hicieran menos ardua la tarea.
Tarea que se hace difícil porque la voluntad es reacia, pero que se va haciendo más fácil si se persevera en el camino correcto y se van desarrollando virtudes que inclinan hacia la perfección.
Todo ello requiere de la ayuda de Dios en forma de gracia, auxilio por encima del impulso de Dios que acompaña a la creación, para que el hombre transite el camino de su desarrollo como persona hasta llegar a su plenitud humana.
Tomás distingue diferentes formas de auxilio, pero esa distinción es más bien intelectual y responde más bien a la consideración de las distintas situaciones que el hombre va enfrentando. La permanente ayuda de Dios para que el hombre pueda progresar como persona y alcanzar la felicidad total nunca le va a faltar.